Desde la década de los ’90, la televisión ha perfilado su camino hacia lo que se denomina la tele-realidad, con la aparición de los talk shows, reality shows, docu realitys, etc.; y el éxito de este tipo de programas fue rotundo en todo el mundo.
Por ello mismo, miles de estudios se realizan desde distintas disciplinas (sociología, psicología, comunicación, entre otras) para desmenuzar Big Brother -símbolo máximo de los reality shows-. Se ha evidenciado que este producto novedoso posee una fórmula exitosa de marketing: siempre es precedido por el escándalo, de esta manera, la presencia permanente en todos los medios y en todos los ámbitos constituye un logro de los productores de Big Brother, ya que todos comentan sobre el programa, condenándolo o admirándolo.
Pero vale detenerse sobre el análisis de Gabriel A. Chávez Piedra Buena [2], sobre las características de Big Brother, como ejemplo de la reality TV. El autor plantea que “la cultura actual del total entretenimiento y la deliberada trivialización en la información pública derivan en… insuficiencia informativa y por tanto en nuestra incapacidad de reacción ante los abusos de poder” [3].
En este sentido, Chávez explica que vivimos en una cultura de la banalidad y que el reality show es un producto de entretenimiento, una consecuencia de la tendencia general a la evasión de la realidad de nuestra sociedad.
Así también, en referencia al componente ideológico de la televisión como medio para el control de masas, el autor indica que “el problema no es hasta dónde llega el reality en busca de rating, sino hasta dónde llegará la TV en búsqueda de control”.[4]
Si bien Big Brother está inspirado en la novela 1984 de George Orwell (en el que se narra la manipulación y control a los que están sometidos los ciudadanos, a causa de un régimen despótico), Chávez explica que la ideología del programa se relaciona más con la obra Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, en la que relata la felicidad de los seres humanos alcanzada a través de la tecnología.
En ese mundo, hay un único gobierno mundial que eliminó la pobreza y el hambre pero también suprimió las ciencias, el arte, la familia y la pluralidad cultural… y todos son felices. La sociedad está dividida en cinco castas (cada una con una misión fija y determinada), las personas están programadas para ser grandes consumidores y se utiliza una droga (soma) para obtener placer.
“Lo que Orwell temía era a aquellos que censuraran libros. Lo que Huxley temía era que no hubiera razón para censurar un libro, porque no habría quién quisiera leer uno. Orwell temía a aquellos que nos privarían de información. Huxley temía a aquellos que nos dieran tanta que nos reducirían a la pasividad y al egoísmo. Orwell temía a que nos ocultaran la verdad. Huxley temía que la verdad fuera ahogada en un mar de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura de lo trivial. En el mundo de Orwell la gente sería controlada a través de infligirle dolor. En el de Huxley infligiéndole placer. Orwell temía que odiáramos lo que nos destruye. Huxley temía que amáramos lo que nos destruye”, compara Neil Postman [5], sociólogo y crítico cultural estadounidense, entre las obras de Orwell y Huxley.
Con esta reflexión como marco, se puede concluir que si bien Big Brother y otros realities shows avasallan derechos constitucionales (pérdida de libertades individuales), no se puede responsabilizar sólo al producto mediático, ya que son los propios participantes del reality quienes venden su vida privada por un instante de fama en la televisión. Y nosotros, los espectadores, seguimos consumiendo entretenimiento como una droga placentera, revelando así la fragilidad de nuestra cultura para informarnos sobre los problemas reales que tenemos como sociedad.
jueves, 9 de abril de 2009
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